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El concepto de parresía

Durante la primera mitad de los 80, el filósofo francés Michel Foucault se volcó a reestudiar a los antiguos griegos, romanos y cristianos del período de la Patrística en su intento de hacer la genealogía de la constitución actual del sujeto, esto es, con el propósito de determinar cómo el sujeto se constituye a sí mismo para reconocerse como tal (19), descubriendo la noción de parresía a partir de Eurípides.

 

Estos hallazgos los compartió a través de sendos cursos en el Colegio de Francia y en la Universidad de Berkeley adonde acudió a dar un curso como invitado. Los contenidos de dichos cursos fueron recuperados a través de grabaciones estenográficas, siendo publicado el primero de ellos con el título de Discurso y Verdad en la Antigua Grecia (1983), mientras los otros dos se publicaron como El gobierno de sí mismo y de los otros (1982-1983) y El coraje de la verdad (1983-1984), complementarios estos últimos entre sí, de manera  que el curso impartido en Berkeley podría tomarse como un resumen de aquellos. A continuación se expondrá de forma breve el significado de la noción de parresía tomado del capítulo I de la obra Discurso y Verdad, para tener un acercamiento al mismo.

 

De entrada, se puede decir que la parresía vincula el decir con el hacer, esto es, el compromiso con la verdad como la autenticidad del vivir. La filosofía vista desde la parresía es ante todo un modo de vida, un ethos que define al filósofo como un tipo de intelectual sui generis, es decir, como un sujeto que enuncia o dice la verdad y que mantiene una conducta ética coincidente con ella. El decir verdadero o hablar con franqueza en sí mismo, no implica en sí mismo un acto de parresía porque en este decir debe haber una autoridad moral del emisor y existir cierto riesgo. Foucault nos advierte que hay también otras formas de veridicción o verdad como la profecía, la sabiduría, la técnica y la retórica, mismas que escudriña, trazando sus características y relaciones mutuas, de manera que el discurso filosófico abreva parcialmente de todas ellas, pero se caracteriza por su decido aspecto ético y de ascesis.

 

La parresía como franqueza significa decir lo que uno verdaderamente piensa, sin ocultamientos, pero no en forma espontánea o irreflexiva. La idea es que el interlocutor entiende que lo que le dicen es plausible y sobre todo sincero, esto es, que el emisor, el parrasiastés, no es un sujeto con dobleces, no es un simulador, ni es superficial en lo que dice. Al contrario del orador o retor que no necesariamente creen en lo que dicen, el filósofo en tanto parrasiastés se identifica con sus dichos. En este sentido, se distingue también de quien expresa todo lo que piensa pero no lo hace con inteligencia ni decoro. El parrasiastés trata de ser llano al contrario del retor, de hablar sin adornos y sin adular, procurando ser natural, pero sin ligerezas, como quien aun siendo transparente o franco es limitado para expresarse o poco reflexivo. En este punto distingue la mala parresía de la buena parresía, así como a esta última de la retórica.

 

Ahora bien, se pregunta Foucault si el parrasiastés dice la verdad realmente o lo que él cree que es la verdad, y aunque señala que los criterios epistémicos de la verdad modernos no encajan propiamente con los antiguos, se supone que el parrasiastés dice la verdad y no solamente su verdad, pues él sabe lo que es verdadero porque su actitud reflexiva y su misma exigencia ética le impiden simular la verdad, si bien podría desde luego estar equivocado, pues la verdad que el filósofo o parrasiastés defiende no es una verdad revelada como en el discurso de la profecía. El otro aspecto nodal que lo diferencia también con el técnico (que también dice la verdad) es el riesgo que implica para sí mismo decantarse por la verdad. En este sentido la parresía deviene en crítica y autocrítica; es desafiante del poder. De este modo, no toda coincidencia entre creencia y verdad es parresía, pues alguien puede decir la verdad bajo tortura o en su enseñanza científica. Debe existir un riesgo evidente, pues un rey o un tirano que eventualmente digan la verdad no estarían arriesgando nada en la medida en que nadie pueda castigarlos. También se corre un riesgo cuando se contraría a las masas, cuando no se les adula, pues se puede ser impopular. Los riesgos de hablar con la verdad ante el poderoso o las masas intolerantes son la cárcel, el exilio o la muerte.

 

La parresía no tiene -dice Foucault- la función de demostrar la verdad a los demás, sino de hacer una crítica y/o autocrítica. La parresía surge desde “abajo”, desde el no poder. La parresía es también un deber y en este punto Foucault distingue entre una parresía democrática y una monárquica. Esta última es cuando el parrasiastés actúa como consejero del rey ofreciéndole sus consideraciones de manera honesta y provechosa. Esta acotación es interesante aunque depende de cómo lo asuma el poderoso, pero el punto es que un consejero del poderoso no necesariamente es un alcahuete como se tiende a pensar. Entre paréntesis, Maquiavelo en El Príncipe le sugiere a éste atraer a su seno a sus críticos, pero no para sobornarlos y humillarlos, sino para que le digan la verdad sin exhibirlo, partiendo de que la mayoría de las personas cercanas al poder son aduladores por definición. El deber de decir la verdad se sustenta en una actitud ética. En cuanto a la parresía democrática, se refiere al derecho de hablar y participar como ciudadano libre en la cosa pública.

 

En resumen, la parresía relaciona al sujeto con la verdad a través de la franqueza, consigo mismo a través de la crítica y autocrítica, y con la moral a través del ejercicio responsable de la libertad y del deber. En otras palabras, el decir veraz y el cuidado de sí forman una unidad indisoluble y son esenciales para influir en los demás mediante el ejemplo de la propia conducta y las luces que puede aportar. El hablar franco, respaldado por una conducta intachable del que habla, se convierte de este modo en una incitación válida a los otros para el cuidado de sí mismos, ejerciendo su forma de verdad como un modo de vida más allá de un mero oficio entre otros.

 

Mtro. César Ricardo Luque Santana

 

Fuente. Foucault, Michel. Discurso y Verdad en la Antigua Grecia, Buenos Aires, Ediciones Paidós Ibérica. 2004.

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La muerte de Sócrates

Jacques-Louis David

1787

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